Texto: Luis Garau Villalonga | @GarauLuis | Corresponsal Joyride Europa
Fotos: Clara Juárez
La vuelta a Madrid de las Hinds apestaba a sold-out desde que se anunció. Después de un año en el que las madrileñas no han dejado de viajar, finalmente volvían a casa y se las esperaba como al hijo pródigo. La expectación por ver la evolución que han logrado a través de sus más de 100 conciertos de este año era enorme. Para la celebración se decidieron por la mítica Sala Sol y dos huéspedes de lujo, Lois y Sen Senra.
Este
último fue el encargado de abrir la noche. En apenas media hora soltó en traca canciones
de su álbum Permanent
Vacation y alguna que
otra novedad. Acompañado de una banda de colegas, Sen Senra llenó la Sala Sol de sonidos
garaje y surf-rock muy del corte de bandas californianas como Allah-Las, que
supusieron un comienzo de noche agradable y bailongo. A medida que avanzaba el
concierto la gente iba entrando y buscando la mejor posición para evitar, o
buscar, los previsibles pogos.
Tras este
concierto y con la sala ya prácticamente atestada de gente, Lois tomó la batuta y ofreció otra
media hora de música en la que fue presentando sus canciones. Además de algunas
canciones desconocidas para todo aquel que no le haya visto en directo, Lois
tocó los temas de sus Bedroom
Recordings y Dank Jazz. Ese estilo que entremezcla la voz de crooner con sonidos lo-fi y garaje va tomando cada vez mejor
forma y la gente responde satisfactoriamente. El cantante de Trajano! y ampliamente conocido amigo de
las protagonistas de la noche se marchó arropado por los asistentes pese a que,
tras algún encontronazo con miembros del público y poca conversación, el
concierto no resultó ser todo lo simpático que esperábamos. Finalmente le llegó
el turno a Hinds, que
volvían de una extensa gira por Norteamérica que terminarán en España, como
preludio a la publicación de su debut, para en enero volver a la carretera ya
presentando Leave Me Alone.
Personalmente,
creo que el éxito de estas chicas, si bien es cierto que está ayudando a
impulsar la exportación de la escena garaje fuera de las fronteras españolas, evidencia
un grave error de base. Deberíamos saber discernir las fronteras entre lo
artístico y lo puramente estético, cuyo desconocimiento nos está abocando a una
devaluación del concepto ‘artista’. Lo que quiere decir que,
inevitablemente, siento su éxito –que no su música– como un insulto a la
inteligencia. ¡Ojo!, no por parte de las chicas, sino del triunfo de la
mediocridad que supone que esta, entre la amplia oferta nacional que tenemos,
sea la banda que enarbole la bandera del garaje español. Básicamente porque no
es admisible que para la buena
música de la que nos jactamos
con fundamentalismo todos los que escuchamos, en cualquiera de sus vertientes,
música rock, acabe valiendo todo el mundo. Eso es lo detestable que vemos en
otras ramas de la música como el pop y, si el rock quiere mantener su trono sagrado
dentro de la música popular, se deberían establecer unos mínimos que eviten su
perversión hacia lo industrial, hacia ese deleznable pop de producto que tanto
criticamos. Insisto en que no digo esto con la intención de ensalzar a algún
otro artista ni tampoco de menospreciar la música de las Hinds; se trata de no perder el
norte, de no bajar el nivel de exigencia progresivamente hasta donde la moda lo
establezca. Creo que no es mucho pedir que los músicos sepan tocar bien su
instrumento.
A pesar
de todo esto, es un fenómeno vírico cuya magnitud ha pillado por sorpresa hasta
a las mismas chicas, así que fuimos a su encuentro para tratar de comprenderlo
mejor. Estando ahí nos dimos cuenta de que, más que en la música, los
conciertos de Hinds se basan en un público entregado.
Una vez iniciado el concierto, la correcta ejecución de las canciones importa
tan poco como la entonación de las letras. Las pegadizas melodías enganchan a
la gente mientras sus ritmos garaje provocan una enajenación colectiva difícil
de explicar. Hay una predisposición para los pogos y las invasiones de escenario poco
natural, una exacerbación desmesurada que resulta casi irritante.
Claramente,
las Hinds han logrado simbolizar a la
juventud rebelde y cervecil, cuya máxima es la diversión, y en eso es en lo que
se convierte el público cuando asiste a sus conciertos. A medida que avanzaba
el concierto, la ejecución instrumental y vocal se iba resintiendo. Cada vez,
sin embargo, iba siendo menos relevante. El final, con invasión del escenario
incluida, resultó musicalmente patético, pero lo cierto es que ya poco
importaba. A la gente no le interesa el trabajo que hay detrás porque no les
gusta trabajar, les interesa la idea de que un artista es un vividor sin
obligaciones ni quehaceres como ellas parecen ser y ellos desearían. Esto es
falso y, aunque no dudo del empeño que pondrán las Hinds en mejorar, es un problema al que
nos expone el fenómeno de su éxito. Eso sí, el concierto fue una fiesta.