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    viernes, 22 de abril de 2016

    William Basinski en la sala Vanni de Florencia

    Texto: Riccardo Gorone riccardo@gorone.net | Corresponsal Joyride Europa
    Fotos: Patrizio Buralli Sentireascolare.com 

      
    Dieciséis de abril de 2016, una fecha que algunas personas recordarán debido a un encuentro especial con un artista que ha determinado una nueva era de la música ambiental. Estamos hablando de William Basinski, que presentó un nuevo show en vivo en Florencia en la Sala Vanni, al lado de la Catedral de Santa María, en la Plaza Carmine. Un entorno inmejorable para el directo, en el centro de la ciudad, San Frediano, el casco histórico de la ciudad italiana. 


    El concierto fue organizado por la mítica asociación Musicus Concentus junto al equipo de Disco_nnect (enemigos del género tech-house y con visión de futuro, siempre en busca de nuevos vehículos para la música electrónica). La sala se encontraba repleta de estadounidenses y el ambiente era bastante diverso al de la audiencia típica de oyentes fiorentinos.



    Basinski entró en la sala con una camisa de lentejuelas, gafas de sol y con su acento americano habló algo de italiano a la audiencia ( "Bellissimi", "Firenze bella", "Madonna") y dio comienzo a su sesión. El directo se organizó en tres partes. La primera parte explotó el hardware del artista en toda su gama ruidosa. Dos cintas, una computadora y una mezcladora fueron los únicos instrumentos en el escenario.

    Como hemos dicho, la primera parte fue un diálogo entre dos capas de sonido: una línea era el instrumento "en solitario" (con una especie de aparato de percusión distorsionado con una melodía muy suave que, durante el espectáculo, fue modificando ligeramente las medidas sonoras) que mezcló con una especie de zumbido, que abarcó toda la sala con sus vibraciones graves.



    La segunda parte, la más coral, fue una interminable sinfonía futurista que mantuvo a los oyentes en suspensión, algo que recordó al trabajo del compositor italiano Luigi Nono con su Canto Sospeso. Basinski siempre se ha dedicado a la investigación de la percepción del tiempo y de fuentes de sonido atípicas, generalmente fuentes analógicas tuneadas con intervenciones electrónicas.

    Ejemplos claros de esto serían su último trabajo Deluge o su famoso Nocturne, donde las mismas líneas melódicas o notas duran más de 40 minutos, pero, como se sabe, una cosa es el sonido, y otra cosa es la percepción del sonido; esto es, el verdadero espíritu de la música que se desarrolla de forma horizontal (la escucha lleva su tiempo y las pistas se desarrollan de una manera mística, explotando la fuente física de la cinta).



    La tercera parte del show de Basinski fue una pista muy famosa de su álbum Melancholia (la rola fue Melancholia II). En total, el espectáculo duró casi una hora, pero Basinski borró el concepto de tiempo, o, mejor dicho, borró el concepto tradicional de tiempo, ampliándolo en sí mismo utilizando sus bucles de melodías pobres, ondas sonoras esenciales y un enfoque espiritual e intimista que ha cambiado el concepto de performance en la música.



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