Texto: Aldo Mejía | @_HeyAldo
Fotos: Oscar Villanueva | Cortesía OCESA
El interior de
El Plaza estaba iluminado de azul asemejando el más claro de los cielos; de las
noches, la más importante, al menos para los ahí presentes. Compraron entradas
hasta agotarlas porque se anunciaba la primera aparición del poeta Halley, al
parecer les había gustado lo que escucharon hablar de él en el nuevo álbum de
Love of Lesbian.
Unas horas
después de mediodía se formó una creciente fila, como si el boleto no les garantizara
el acceso al recinto; no les importó el inclemente sol de primavera, mucho menos
la contingencia ambiental. Ahí estaba, la inmensa minoría, como se refirieron a sus fans
Santi (voz) y Julián (guitarra) veinticuatro horas antes en la entrevista que
les hicieron en el programa Final de Partida.
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Este fue el
primer contacto que la tierra tuvo con Halley y nadie sabía cuál era su forma
física. Apareció entre luces brillantes y estroboscópicas, que obligaban a
entrecerrar los ojos para poder distinguir algo en el escenario. De haber
habido humo, cualquiera podría decir que bajó de una nave; pero salió con
rostros familiares y sonrientes.
Uno a uno, los
integrantes de Love of Lesbian tomaron sus instrumentos y se apoderaron de un venue que pisaban por primera vez, pero
con la confianza de quien se sabe bien recibido. El público demostró, cuando
empezaron a sonar los sintetizadores de Cuando
no me ves, que a tan sólo un par de meses de su estreno, ya se sabe las nuevas
canciones.
A su vez, los barceloneses
probaron su capacidad de memoria al tocar Maniobras
de escapismo, del disco con el que dieron el salto a cantar en español y
que significó el parteaguas en su carrera. Once años después, inician su nueva
gira en México, porque así se lo propusieron al terminar de grabar su disco La noche eterna. Los días no vividos (2013).
Si bien los fans de John Boy ya bailan y cantan las
del nuevo álbum, siguen siendo las de 1999 (O cómo generar incendios de nieve con una lupa enfocando a la luna) (2009) y Cuentos chinos para niños del Japón (2007) las que más corean, con las que más gritan, las que más sienten; cuando sonaron
Allí donde solíamos gritar y Noches reversibles pudimos constatarlo.
Un ruido, leve
pero constante, que se percibía en el sonido del lugar durante las primeras
canciones fue superado por el público y la banda, que en explícita complicidad no
dejaron que eso mermara el espectáculo. Contra lo que no pudieron fue con los
molestísimos e inoportunos vendedores de cerveza que rompían a ratos con el
ambiente que se entretejía al paso del setlist.
Luego de tocar
una y otra vez las mismas canciones, suponemos, el grupo debe de sentir la
necesidad de reinventar al menos una de ellas para dar un nuevo matiz a lo que
algunos podrían llamar clásico. En
una versión acústica, con una sola guitarra, interpretaron Segundo asalto. Acto seguido, tomaron un caballito de tequila y lo
bebieron de golpe; costumbre que se llevaron a España y mantienen, dijeron,
desde su primera visita a nuestro país.
En una de sus
varias intervenciones entre canción y canción, Santi prometió que lo que no
sonara esa noche, lo podrían escuchar cuando vuelvan, en noviembre, al Teatro
Metropolitan y sin dudar asestaron cuatro de sus golpes fuertes: 1999, Oniria e Insomnia, Belice y Música de ascensores. Las cuales llevan
a cuestas una carga importante de nostalgia y melancolía.
Pero como es su
costumbre en directo, si bien no pueden evitar que se precipiten más de un par
de ojos, inmediatamente cambian el ánimo del show y lo llevan al extremo anímico opuesto. Mientras Julián
trataba de dirigirse al público, Santi robó la atención al desabrocharse la
camisa y arrancó algunos gritos eufóricos previo a cantar I.M.T. (Incapacidad Moral Transitoria).
Antes del encore, el grupo demostró que no hizo
una canción de casi diez minutos para que se quedara como anécdota. Sonó Psiconautas, que inclusive en su extenso
puente musical resultó ser un éxito al que parecía imposible resistirse a
saltar. Como un esfuerzo de los presentes por convertirse en partícipes y no simples espectadores.
Al ver esto, y cuando
terminaban de interpretar Incendios de
nieve, organizaron al público de tal manera que éstos fueran su coro entre
sílabas y silbidos al compás. Algo que salió a pedir de boca, ya sea por haber
visto el ritual en vídeos de
conciertos pasados o por haber estado en alguno de los conciertos que dieron en México con anterioridad, los presentes sabían qué hacer y en qué momento.
Hasta que no
dejó de sonar el sintetizador que cierra El
ciclo lunar de Halley Star, nadie se movió, como a la espera de un truco
más del poeta. Y con tanto o más ánimo con el que llegó, el público coreó su
veredicto respecto al show: ¡FANTÁSTICO!