Por @llo_rens
Desde la salida de su primer sencillo en 2010 (bajo el sobrenombre de Zoo Kid) el joven londinense Archy Marshall nos ha dejado ser parte del jugueteo que ha llevado con distintos proyectos musicales; siempre con el ingenio de un niño, pero con el talento que muchos hombres mayores envidiarían. Así pues, nos escurrimos entre mixtapes de hip-hop, instrumentales con sabor a ambient e incluso remixes a canciones de otros artistas.
Dos años después conocimos su otro alter ego; hablamos de King Krule, que en 2013 sorprendió a unos cuantos curiosos con su extraordinario 6 Feet Beneath the Moon. El talento hizo lo propio; con el paso de los meses el disco se paseó entre computadores y plataformas, hasta catapultarlo como una de las grandes promesas de la música actual. La fórmula parecía irse cocinando: reducir su presencia mediática, pero aumentar su productividad, centrarse en la música.
La reseña que hoy nos ocupa está enfocada en la parte sonora de A New Place 2 Drown, un proyecto personal que desarrolló en compañía de Jack, su hermano mayor. Los Marshall editaron un estupendo libro de 208 páginas repletas de sketches, fotografías y poesía, además de un pequeño corto. Finalmente el álbum musical se suma en este conjunto como la banda sonora del clip antes mencionado. Todo esto fue estrenado la semana pasada como una invitación abierta al mundo para subirse al barco de creatividad de este par.
La reseña que hoy nos ocupa está enfocada en la parte sonora de A New Place 2 Drown, un proyecto personal que desarrolló en compañía de Jack, su hermano mayor. Los Marshall editaron un estupendo libro de 208 páginas repletas de sketches, fotografías y poesía, además de un pequeño corto. Finalmente el álbum musical se suma en este conjunto como la banda sonora del clip antes mencionado. Todo esto fue estrenado la semana pasada como una invitación abierta al mundo para subirse al barco de creatividad de este par.
Las cosas siguen en el mismo tenor: poca presencia mediática (de hecho muchos periodistas europeos lo llaman "press-shy", un eufemismo para no llamarlo "odioso") y mucho talento por mostrar. La discreción se extiende hasta el punto en el que escuchamos algo completamente distinto al 6 Feet Beneath the Moon; su voz grave se ha sumergido en una niebla gris donde la música toma el volante. Las cuerdas vocales de Archy se limitan a susurrar o a recitar pequeñas líneas, el músico se despide también de las guitarras y nos sumerge en un encantador sueño de 37 minutos de fina electrónica.
Somos testigos de primera fila del avance del pelirrojo en su faceta de productor. No hay momento donde no se confirme que ha superado el trabajo que Rodaidh McDonald realizó con su obra debut. El sonido ahora se percibe con cierta tridimensionalidad y con la luz necesaria dentro de un mar oscuro; por momentos notamos la búsqueda de placer y actitud sensual incluso en la soledad que envuelve el álbum.
Somos testigos de primera fila del avance del pelirrojo en su faceta de productor. No hay momento donde no se confirme que ha superado el trabajo que Rodaidh McDonald realizó con su obra debut. El sonido ahora se percibe con cierta tridimensionalidad y con la luz necesaria dentro de un mar oscuro; por momentos notamos la búsqueda de placer y actitud sensual incluso en la soledad que envuelve el álbum.
Es evidente la influencia –mejor dicho la apropiación y transformación– de la música generada en la época dorada del hip-hop neoyorkino de los noventa; nos deslizamos en túneles que suenan en momentos a Wu-Tang Clan y D.I.T.C. Es en este punto, donde el talento de nuevo se hace presente: Archy es capaz de retomar todo el pasado y convertirlo en una neblina de melancolía que inevitablemente se ha convertido en su sello distintivo.
No continúo sin mencionar el aprendizaje retomado después de su colaboración con Mount Kimbie en más de una pieza de su último álbum (2013), que no hubiera sido el mismo sin la presencia de Marshall.
Regresamos al álbum con una sucesión de sonidos perfectos que por momentos parecen tangibles, como los golpes de percusión huecos en The Sea Liner MK 1, que nos recuerdan al sonido de las bolas de billar al chocar y que después de casi cuatro minutos te atrapa por completo.
¿Será este el rumbo musical que escuchemos en el próximo trabajo que lance bajo el alias King Krule? No lo sabemos, lo cierto es que su trabajo se orienta cada vez más hacia el hip-hop: la apropiación y amor por el downtempo y los sintetizadores gruesos son prueba de ello. Sex With Nobody es un conjuro directo a estrellas del rap de inicio de siglo como Serengeti or Atmosphere. Los interludios y pausas en medio de los tracks nos recuerdan el fino estilo que Madvillain mostró con su Madvillainy del 2004.
No queda de otra más que gozar a este pequeño de apenas 21 años; gozar de cualquiera de sus proyectos y de su nada inimaginable iniciación como productor de otros artistas. La entrega deja con ganas de postre, con el estómago satisfecho pero con espacio para más de Marshall, que muestra su veloz evolución instrumental e incluso lírica ("I'm pretty sure I'm dying as I speak", susurra en Arise Dear Brother). Diversión de nuevo, honestidad de nuevo; pareciera que el tipo toca para sí mismo en la intimidad de su cuarto en la lluviosa Londres.